lunes, 18 de julio de 2011

Salvemos el mercado de abastos de Sanlúcar


No suelo meterme en charcos políticos, entre otras cosas porque suelen salpicar cochambre y desaseo por todos lados, y personalmente me gusta ir impoluto, sobre todo en cuanto a conciencias se refiere. Pero en esta ocasión han conseguido que mis venas más pacíficas se vean alteradas, inquietas y nerviosas. Me han tocado lo que más quiero, a mi Sanlúcar y a su gastronomía. Y ante esto, solo os pediría un poco de colaboración, compresión y cariño. Los que hayáis estado por Sanlúcar de Barrameda en alguna ocasión, comprenderéis lo que es amar ese pedazo de tierra situado en frente del parque de Doñana, donde la gastronomía es un presente y los múltiples colores nacidos del cielo nos transmiten ese pellizco; allí donde el mar huele a manzanilla y la manzanilla huele a mar. Ese rinconcito que tanto nos regala y tan poco pide, pero que en esta ocasión -indefensa y maltratada- nos suplica auxilio y protección.

Recuerdo que un buen día de mayo del pasado año, inmiscuidos en plena feria jerezana de Vinoble, cogimos el coche para respirar un poco y tratar de descubrir lo que de verdad es el vino del Marco Jerezano: el viñedo, las callejuelas sanluqueñas, el atlántico, sus brisas… Entre bulerías de Camarón y ritmos psicodélicos de Ananda Shankar, partimos hacia Casa Paco de Chipiona para comer y reponer fuerzas con uno de los mejores gazpachos del mundo. En el trayecto, me comentó el bueno de D. Álvaro Girón que iban a derribar el Mercado de Sanlúcar. Mi corazón se partió, mi incredulidad y las internas lágrimas de asombro e impotencia se mezclaban sin consuelo. Fue un impacto para mí, no podía creer que iba a ser demolido el lugar donde peregrino recorriendo en pocas horas más de 300 kilómetros con el único fin de buscar de puesto en puesto las más frescas acedías, los chocos y langostinos, el marrajo y el atún, las mejores patatas de mundo procedentes de los navazos -los que todavía no se han cargado, claro- las cebolletas y pimientos cuerno de cabra, las huevas de Maruca, la carne de toro… Sencillamente no podía aceptarlo, me resistía a imaginarme mi vida sin ese pedazo de Sanlúcar. D. Álvaro profundizaba en mis heridas y me contaba que es el único mercado de España cuya traza, en lo esencial, se remontaba al siglo XVIII. En concreto, quedó finalizado en 1744, siendo el responsable de su proyecto el Maestro Mayor de la Real Audiencia de Sevilla. Le pregunté qué podía hacer para ayudar a evitar esta matanza de políticos, esta infame decisión que hedía a ocultos intereses políticos con la fatal consecuencia del destrozo del patrimonio sanluqueño. Votar a otros no era la solución (incluso había pedido ya empadronamiento al Barrio Alto), echar a ese roedor miembro de la Pandilla Basura, de tamaño mediano, patas cortas y ansias de poder y protagonismo, no se antojaba como un factible remedio; “no existe ahora mismo la más mínima posibilidad de que gane alguien que esté por la preservación de este elemento insustituible del patrimonio histórico sanluqueño, la trayectoria verdaderamente abominable de los partidos políticos con posibilidades de alcanzar la alcaldía en ese terreno no permite hacerse muchas ilusiones”, me comentaba D. Álvaro. Por otro lado, y desde el punto de vista del vil metal, tampoco parece que el proyecto demencial tenga un sólido aval entre sus responsables. Los aprendices de brujo metidos a políticos locales ya hicieron experimentos creando centros comerciales hoy en vías de extinción en el corazón de Sanlúcar (en la propia Calle Ancha), mientras que aprobaban otro en las afueras de dudosas credenciales legales. Este último, de dimensiones absurdamente faraónicas, amenaza con liquidar lo que queda del otrora activo pequeño comercio sanluqueño. Cualquiera que tenga un poco de idea de qué supone este tipo de cosas para cualquier centro histórico se dará cuenta que la demolición del Mercado -disfrazada de mendaz rehabilitación- supone añadir otro clavo al ataúd de un casco urbano al que se le supone protegido desde 1973. Sorprende -desagradablemente- constatar que el período de mayor destrucción del patrimonio histórico sanluqueño ha tenido lugar en democracia.

A pesar de todos los pesares, Sanlúcar es diferente y quiere seguir siendo así, un emplazamiento donde el pequeño comerciante tiene protagonismo y su honrado trabajo es compensado por una clientela fiel y respetuosa. ¿Es que no se dan cuenta de que uno de los mayores patrimonios que tiene Sanlúcar de Barrameda es la gastronomía? ¿Es que no perciben los aromas? ¿Es que no ven el ambiente? Lo acabaran de destrozar todo; vamos hacia el ocaso, hacia el boquete de la comida rápida, hacia la extinción de lo auténtico y genuino si es que no hacemos nada para evitarlo.

Ayudemos para que nuestra Sanlúcar pura y cultural no acabe en manos de canallas capaces de extinguir las playas que conjuntan lo salvaje con lo humano. Y es que algunos parecen haber desarrollado una manía destructora sin igual. El proyecto absurdo de ampliación del Puerto de Sevilla -que supone aumentar de calado el actual canal de navegación- supone no sólo la práctica destrucción del litoral, sino una amenaza salvaje que amenaza la propia supervivencia del estuario del Guadalquivir, de sus pesquerías y del propio Coto Doñana. No es algo que se haya inventando este humilde articulista, es una amenaza real que ha puesto de manifiesto un demoledor informe del CSIC junto con varias universidades. La siguiente cual será: ¿Un paseo marítimo hortera que convierta Sanlúcar en una burda de imitación de Marbella? Claro, que sin yates comandados por multimillonarios árabes ansiosos por lujos que nunca pidió nuestro Bajo de Guía. ¿Qué está pasando en este mundo cruel? Ray Bradbury era también pesimista en su obra maestra ‘Fahrenheit 451’, donde nos exponía una sociedad en la que los bomberos se encargaban de quemar los libros en lugar de apagar fuegos. Que se apliquen el cuento los políticos, que lean y dejen de mirarse tanto al espejo en plan emperador romano o madrastra de Blancanives.

Tenemos que poner todos de nuestra parte y ayudar al impagable trabajo que está realizando el Aula Gerión en defensa del patrimonio sanluqueño. Es mucho lo que se debe a sus abnegados socios y muy en especial a su otrora presidenta, la doctora Ana Gómez, quien aúna en su persona -aparte de un coraje cívico fuera de lo común- la excelencia académica de una verdadera experta en el terreno de la Historia del Arte con un conocimiento asombroso de una de las mayores aportaciones sanlqueñas a la cultura mundial: la manzanilla. Y es que, en realidad, el Aula Gerión ni se cierra en banda ni propone soluciones inviables. Sólo aboga por una sensata remodelación del interior –como se ha hecho en decenas de municipios a lo largo y ancho de la piel de toro- rechazando la innecesaria -y cara- demolición y posterior construcción de la chocarrera obra que nos quieren colar. Los que no hayáis visto el proyecto, podéis imaginaros uno de esos horrendos centros comerciales situados a las afueras de cualquier barriada marginal de una capital masificada. Una edificación que además no solo acabará con uno de los Mercados con más solera del mundo, sino que también perturbará y obstaculizará la correcta visualización de los monumentos de las Covachas y el Palacio Ducal de Medina Sidonia, degradando los valores arquitectónicos de estos dos monumentos. Además tendrá un impacto negativo hacia los monumentos históricos del entorno, como igualmente son la Parroquia de la O, el Auditorio de la Merced, el Palacio Municipal, etcétera.

Por favor, ayúdennos, solo tienen que firmar en el enlace: http://www.gerionsanlucar.com/Mercado_Abastos/Salvemos_El_Mercado_Formulario.htm.